Hernán Cortés hace ejecutar a Cuauhtémoc , el último emperador azteca de México quien, dicho sea de paso, se portó como tal porque cuando le pusieron aceite en las manos y los pies no espabiló y cuando le prendieron fuego para que dijera dónde diablos estaba el oro no dijo ni mú. El único momento en que habló fué cuando su compañero de impronunciable nombre (que estaba sometido a la misma dosis de aceite y candela) se le quejó. Cuauthémoc le contestó como el gran tatloani que era: "¿Y tú acaso crees que estoy en un lecho de rosas?"(esa es la versión dulcificada; la otra fue: "¿Y tú crees que a mí la candela no me quema, grandísimo cabrón?").
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